El Primer Delirio
El primer Delirio
Jamás hice caso a las advertencias que el casero me había dado sobre aquel macabro lugar del edificio…
Necesitaba estar tranquilo del atosigante recuerdo incólume de la última mujer que tuve en mis brazos. Vendí mi auto y mi departamento, hogar de dulces vivencias contaminadas ahora por el amargo dolor de la separación para llegar a este departamento en un edificio de mala muerte, descuidado y abandonado, más como una vecindad, el lugar perfecto. Me era necesario salir del bullicio de la suntuosa vida por un rato.
No eran las ratas ni las cucarachas, ni siquiera los fantasmas nocturnos los que quebrantaban mi sueño, sino la horda de imágenes que nacían cuando cerraba los ojos; enormes edificios en medio de un cielo macabramente oscuro, un cielo nada normal, se movía tenuemente como un velo apenas divisible, pero con una profundidad que parecía infinita, más era lo único que se movía, toda la ciudad permanecía quieta como si estuviera congelada, muerta sería el término apropiado. Y yo, solo estaba ahí observando, también inmóvil.
Al principio la veía desde lo lejos, cada noche estaba un poco más cerca como si alguien me empujara y antes de darme cuenta ya estaba observando los edificios al pie de la construcción, sólo podía mirar hacia arriba mientras mi corazón palpitaba desesperadamente. No entiendo el terror que me provocaban aquellas titánicas construcciones. A pesar de todas estas inquietantes pesadillas, al despertarme sentía una infinita paz espiritual y mi cuerpo regocijaba de una energía tal como un síntoma de descanso más que perfecto.
Seguía pasando el duelo de mi separación, la cabeza me daba vueltas y vueltas por los pensamientos que se repiten y se repiten ¿por qué? ¿A caso fue mi culpa? ¿No merecía ser feliz con ella? Todo lo hice mal… Una y otra vez me atacaba esta obsesión, me dejaba fatigado mas no quería dormir y encontrarme con esas malditas pesadillas, pero por otro lado la satisfacción de la mañana después del sueño me encantaba, era algo desesperante, me imaginaba que así debía de sentirse un adicto.
Siempre que podía, el casero me daba la misma advertencia con el mismo tomo irritable, como si ya hubiera transgredido sus palabras, “no te acerques, muchacho, a la parte norte de la azotea, la habitación que ahí mora nunca debe ser abierta” era lo que decía. Cierto día me entró curiosidad y le pregunté por qué tanta aversión con ese lugar y con un gesto gruñón me replicó que el lugar era malo, insistí que me contara, que debía haber una historia. Me miró fijamente y me hizo acompañarlo a la azotea. Había una línea roja mal dibujada en el piso a unos tres metros de la habitación prohibida que antes fungía como lavandería. “Nadie debe pasar esa marca” dijo el casero. Sí hay una historia, continuó, hace unos años estuvo hospedado aquí un hombre, vino con un niño que estaba malo de la cabeza; esquizofrenia. Siempre supe que había que tener cuidado con esas personas, están en pecado por eso están castigados. Al parecer le gustaban los gatos, siempre me encontraba con dibujos mal hechos de ese animal, estaban por todas partes, en los pasillos, escaleras, en el vestíbulo. Su padre no sabía controlarlo, por más que le dije, él insistía en que le tuviera paciencia, pero lo que realmente me preocupaba era que frecuentemente venía aquí a hacer sus dibujos y muchas veces estaba solo, y como usted verá no es un lugar muy seguro para un niño de ocho años, aun así eso no era lo peor, lo peor era que con el tiempo comenzaron a ocurrir fenómenos poltergeist, así como lo escuchó, poltergeist; se escuchaban ruidos extraños por todo el edificio, las cosas se movían de su lugar sin razón aparente y todo empezó desde aquí.
Comencé a sospechar del niño y no me equivoqué, ese niño traía algo… Cierto día cuando vino a hacer sus dibujos mi esposa lo siguió para cuidarlo y… ella jamás regresó. La policía no encontró ningún cuerpo, sólo desapareció, pensaron que me abandonó. En fin, el niño estaba en aquel cuarto con un pequeño gato gris, lo único que dijo fue “es etérea”. Después de eso, cada inquilino que usaba la lavandería a medio día, decía ver a un gato gris y días después abandonaban el apartamento, pálidos y enmudecidos por no sé qué horrores. Por eso está prohibido entrar ahí, no quiero perder más clientes.
¿Usted lo ha visto? Le pregunté. ¿Qué cosa? Al gato, por su puesto. Yo encontré a ese niño aquí, jugando con el gato, antes de llamar a la policía…
A pesar de lo genuina que se escuchaba la historia no me convencía, para mí solo era otra leyenda urbana de esas que intentan llenar de misticismo un lugar para atraer gente. Jamás creí en fenómenos poltergeist ni en apariciones, los muertos siempre muertos estarán, los verdaderos monstruos los llevamos dentro mientras estemos vivos…
Lo verdaderamente real para mí era la embriaguez de mi nueva sensación. Cada día que pasaba mi adicción a los despertares crecía, la angustia del sueño era insoportable, pero necesitaba sentirme bien, era desesperante, cada vez buscaba más esa sensación, tomaba pequeñas siestas, igual de aterradoras que el sueño nocturno, y cada vez me encontraba en un lugar diferente de aquella impía ciudad, a veces en alguna fábrica, otras en explanadas tan enormes como si del mar se tratase, y otras veces, en largos e infinitos andadores oscuros, pero lo peor siempre estaba en los edificios y sus laberínticas avenidas.
Una tarde mientras me regocijaba después de mi siesta mirando por la ventana, advertí justo lo que temía, llegaron dos patrullas, no pensé que me encontrarían tan rápido. Subí por las escaleras, mientras escuchaba el mecánico ruido del ascensor llegando al piso donde me hospedaba… La azotea era un laberinto, podía darme algo de tiempo, por lo menos un día de ventaja, pero no fue así, ahora ellos subían las escaleras. “Nadie debe pasar esa marca” ¿Qué otra opción me quedaba? El casero no les permitiría el paso. Escéptico, me atreví a entrar. No lo había notado, era medio día y ahí estaba, no podía creerlo, ante mí yacía aquel gato gris en medio de la lavandería ¿Cómo era posible? La habitación parecía no haberse abierto en años, sin embargo, ahí estaba yo, frente a frente con una leyenda urbana. Pensé que era la sugestión del momento así que me acerque para tomar al pequeño felino y palpar la realidad con mis propias manos, pero esa realidad tenía algo más que mostrarme; antes de que mis manos llegaran al animal, repentinamente desaparecieron como si hubieran atravesado un campo invisible, casi entro en shock al verme mutilado cuando algo me jaló hacia aquel campo invisible, de pronto me vi nadando en la monstruosa ciudad de mis sueños ¡Culpable, culpable! Escuchaba en todo momento, sentía que me ahogaba mientras una y otra vez veía hundir el cuchillo en su pecho, esta ciudad me lo recordaba, mi ominoso acto de furia y desdén, ¡Ella fue quien me engañó!... y yo tengo que pagarlo ¡no es justo! ¡¿Por qué?! ¿A caso fue mi culpa? ¿No merecía ser feliz con ella? ¿Qué había de malo en mí? ¡Culpable, culpable! La ciudad lo repetía una y otra y otra vez… Hasta que me soltó… Me encontré en la noche tirado frente a la puerta de la lavandería con un sentimiento de profunda de soledad, no fue un sueño, mis brazos estaban sucios como si estuvieran cubiertos por carbón o más bien como si estuvieran quemados, una marca que ya jamás se quitó. La ciudad sigue apareciendo en mis pesadillas pero me niego a darle lo que quiere, jamás me verá sometido a mis pecados, jamás seré castigado por defender mi integridad…
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