No despierten al gato
[23 de marzo de 1990]
Confinamiento, al parecer soy la única persona que aún tiene noción de lo que significa esta palabra. Y no es casualidad, Clara y yo somos los únicos que quedamos del último equipo de investigación compuesto por cinco psiquiatras enviados a esta maldita clínica. Aunque no por mucho… hace algunos días que comencé a experimentar los síntomas de esta pesadilla, poco a poco mi mente se disuelve entre las monstruosas realidades que se crean en este lugar. Mientras que Clara, bueno, ella ya hace un par de semanas que está perdida entre los abismos oníricos de sus propias fantasías. Sus delirios, a menudo le hacen creer que no le pasa nada, que todo es normal. Está entrando en lo que yo llamo “la última etapa”, su cuerpo se ha llenado de cortadas que pronto comenzarán a revelar pequeños dientes afilados, después, cuando pierda toda noción de conciencia y no pueda protegerla más será devorada por las gigantescas criaturas que moran entre los girasoles del jardín.
Desde el primer día que llegamos todo me pareció demasiado extraño, aunque ya tuviéramos cierta noción de las dificultades que enfrentaríamos. Como ya sabrán, esta clínica es famosa por este hecho, aquí se han estado recluyendo a los pacientes con trastornos raros que no figuran en ninguna descripción conocida y nuestra labor es estudiarlos y darles una clasificación. Dejo constancia que fue el profesor Garret, quien, apelando a nuestra vanidad intelectual, formó nuestro equipo de trabajo. Efrén, Octavio, Rebeca, Clara y yo Sebastián. Todos deseosos de poder darle un nombre a un trastorno y obtener prestigio entre los círculos más importantes del mundo de la psiquiatría, aunque eso implicara estar encerrados en este sitio por seis meses.
Al llegar, fuimos recibidos por el doctor Marco, quien nos instruyó con detalle en el manejo de la clínica y los pacientes. Hay dos reglas primordiales; la primera, es mantener el ruido al mínimo, nuestras conversaciones tendrían que ser susurrando, pero solo nosotros, los pacientes sí tienen derecho a hacer todo el ruido que quieran y por más que eso nos moleste, siempre tendremos la obligación de seguir esta regla. Y la segunda, que, por ningún motivo, por ninguno, despertemos al gato. Había que alimentarlo dejando un plato con comida y otro con agua en una pequeña rendija que da al patio. Sitio al cual también se nos tenía prohibido ir y si entre los pacientes llegara a haber algún altercado en ese lugar, solo tendríamos que confiar en que se resolvería por sí solo. Poco a poco nos dábamos cuenta que las reglas son más estrictas para nosotros que para los pacientes.
Después de una larga y extraña charla sobre estas reglas en el lobby de la clínica al fin entramos a conocer nuestro más grande interés, los pacientes. Ahí estaban, en la sala principal, nos miraban con cierta indiferencia, como si no fuéramos importantes para ellos. Todos parecían normales incluso llevan ropa de civil. Luego de recibir una lista de sus nombres y señalar a quien pertenecía cada uno, Marco nos llevó a nuestras habitaciones. Aquí no hay más personal, ni de limpieza, ni cocineros, nada. Todas esas labores las teníamos que hacer entre nosotros. Tratamos de cuestionar a Marco sobre estos extraños protocolos, pero cada que nos acercábamos, él actuaba como si no nos hubiera escuchado.
Por semanas, nuestro trabajo era infructuoso, no encontrábamos nada anormal en los pacientes, las entrevistas, cuestionarios, pruebas y demás solo nos arrojaban datos inútiles. Marco se la pasaba encerrado en su oficina todo el día. No sabíamos qué hacía ahí y siempre se negaba a hablar o compartir información de todo lo que se supondría ya se había estudiado en esta clínica. Poco a poco la frustración y las malditas reglas nos hacían desesperar. Pasar cada minuto del día intentando no hacer ruido nos estaba provocando una terrible ansiedad que gradualmente se manifestaba en síntomas psicosomáticos; Rebeca tenía constantes dolores articulares y escalofríos, y siempre cargaba una pelota anti estrés, Efrén presentaba disfagia y en todo momento se quejaba del nudo en la garganta, Octavio también tenía dolores articulares, aunque acompañados por temblores, y yo, comencé con problemas respiratorios. Día a día nos turnábamos para dejar comida a un gato que ni sabíamos si existía, no lo veíamos ni lo escuchábamos. Llegamos a pensar que era una simple broma para los novatos y que Marco estaría riéndose de nosotros desde su trinchera. Eso molestaba de sobremanera a Efrén. A él no le gustaban los animales y mucho menos cuidarlos. Y fue justo él, el más afectado por todo esto, siempre estaba de malas y en constante tensión.
Cierto día, Aimira, una paciente que es particularmente alegre e inquieta, comenzó a bailar, brincar y a cantar por toda la clínica. Rebeca no soportaba el ruido que hacía, de hecho, no la soportaba a ella. Así que se levantó dejando un test a la mitad y se dirigió a su habitación, pero accidentalmente chocó con Aimira y su pelota cayó rodando hacia el patio. Logró mantener la postura y se fue. Sin embargo, al que verdaderamente molestó fue a Efrén y cometió el acto que nos condenó a todos; Llegada la noche tuvo la osadía de exigirle a Aimira que recogiera la pelota del patio y entregarla a Rebeca, Aimira seguía cantando y bailando ignorando las órdenes de Efrén, esto lo hizo enfurecer más, hasta que al fin perdió los cabales y le gritó. Intentamos razonar con él, aunque bajo la primera regla nos fue imposible. En ese momento todos los pacientes dejaron de hacer lo que estaban haciendo como si se hubieran congelado y voltearon a ver a Efrén, todos con una sutil y reticente sonrisa. Por un instante pensamos que lo atacarían, pero no fue así. El miedo congeló a Efrén y de pronto, cómo si no hubiera pasado nada, los pacientes volvieron a sus actividades.
Eran las 3:00am cuando escuché un ruido en el pasillo de nuestras habitaciones. Salí a revisar y lo vi, era el gato, estaba arañando la puerta de la habitación de Efrén. Maullaba y maullaba como si llamara a alguien… o a algo. Salieron los demás, porque claro, todos queríamos conocer a nuestro huésped felino. El gato, al ver a Efrén hizo un bufido y se echó a correr. La escena nos pareció graciosa y nos burlamos de él inocentemente, sin saber la desgracia que eso suponía. Sin avisar llegaron todos los pacientes y se abalanzaron contra Efrén, solo ocurrió un momento y se fueron. Nuestro compañero yacía en el piso tosiendo, dijo que habían introducido algo en su boca, semillas de girasol, lo sabemos porque encontramos algunas junto a él en el piso.
Aquel incidente nos estremeció, aun así, seguimos trabajando. Supusimos que el ruido alteraba de sobremanera a los pacientes, así que con más razón acatábamos la primera regla. Eso no nos tranquilizó, sin embargo, pensamos que al fin teníamos algo importante con qué trabajar. Aimira comenzó a presentar un comportamiento extraño; caminaba inclinando el cuerpo cuarenta y cinco grados hacia el frente, con los brazos colgando y esa demoníaca sonrisa de oreja a ojera.
Ocurrió que, en la hora de la comida mientras charlábamos con susurros, Efrén se quejó de un dolor en el brazo izquierdo, su bata se fue manchando de sangre. Tenía una cortada inexplicable que requirió de diez puntadas para poderla cerrar, esa es la primera etapa. Imaginamos que tal vez lo lastimaron durante el ataque. Aun así, lo tomamos como algo no tan importante y continuamos trabajando. La cortada se volvía a abrir una y otra vez. Al día siguiente apareció una nueva en el otro brazo, que tampoco suturaba bien. Teníamos que llevarlo a un hospital. Quisimos hablar con Marco para que nos dejara salir, pero se negaba a hacer contacto con nosotros. La frustración de no poder romper la primera regla era exasperante.
Dejamos de trabajar, teníamos que salvar a Efrén de alguna manera. Cada día que pasaba aparecían en su cuerpo una o dos cortadas más, la segunda etapa, algunas más pequeñas, otras más grandes. Pensamos que si lo dejábamos en un cuarto donde los pacientes no pudieran oírlo, él tendría oportunidad de expresar su dolor sin dificultades… no fue así. Al dejarlo gritar libremente, el gato volvió a aparecer, ahora se paseaba por toda la clínica y las cortadas se presentaban con más frecuencia. Cada cosa que intentábamos hacer empeoraba la situación. Una noche, aprovechando que los pacientes dormían, intentamos forzar el cerrojo de la puerta principal. Y fue ahí que Marco se dignó a salir. Nos dijo que no había llave de salida que como todos tendríamos que esperar a que otro equipo de trabajo llegara y nos suplantara. El inconveniente era que aun faltaban cinco meses para que eso ocurriera. Octavio quiso obligarlo a hablar, no pudo. Su desesperación e impotencia lo llevaron al límite. Tomó una silla y la arrojó a las puertas de cristal, cosa que fue en vano y contraproducente. El ruido atrajo al gato quien lo observó maullándole. Octavio intentó atraparlo, pero el felino corrió perdiéndose entre la oscuridad de la clínica. Y antes de poder evitar más ruido, escuchamos el desgarrador grito de Efrén. No podíamos correr, por lo que llegamos tarde. Algo se lo había llevado, lo sacó arrastrando de la habitación. Encontramos un camino de sangre que llevaba hasta el patio. El horror se apoderó de todos. Solo Marco se mostraba tranquilo, pensé que se burlaba de nosotros.
¿Qué debíamos hacer? Le pregunté. Simple, me contestó, Seguir las reglas. Su mirada vacía y actitud calmada me hicieron pensar que más bien, había caído en la locura. A los pocos minutos los pacientes llegaron y atacaron a Octavio, introduciéndole las semillas de girasol en su boca.
Los días pasaba, Octavio se llenaba de cortadas. Le hicimos una mordaza hecha con trozos de tela de una bata. Otro paciente, al igual que Aimira, también comenzó a comportarse de manera errática. Baziel, un hombre sumamente alto, delgado y calvo se desplazaba por la clínica trepándose por los barrotes de las ventanas y los tubos de electricidad del techo, y al igual que Aimira, siempre con esa macabra sonrisa. El gato, ese maldito gato dormía en cada rincón de la clínica. Fue hasta entonces que comprendimos la segunda regla.
La siguiente que cometió su error fue Rebeca. Tomó un cuchillo con la intención de matar al gato mientras dormía. No la quisimos detener, nuestra indiferencia demostró que creímos que podía ser una buena idea, además, si algo salía mal sería ella la afectada. Y así fue, se acercó sigilosamente con un cuchillo en mano y antes de llegar, un paciente enfurecido apareció corriendo y la mordió en el brazo. Rebeca gritó, lo que provocó que el gato despertara.
Otra paciente, Belfer, restregaba su anormalmente larga lengua por el piso y las paredes, a la vez que se arrastraba con movimientos extraños y erráticos. Ver a los pacientes actuar de esa manera nos provocaba una siniestra sensación de horror. No es justo, el gato no se despierta con los ruidos de los pacientes. Clara y yo sufríamos una terrible crisis nerviosa. Notamos que las cortadas de Octavio ahora tenían una especie de mutación sobrenatural, la tercera etapa; Dentro de la piel se asomaban pequeñas espinas que más bien parecen colmillos, torcidos, chuecos, deformes. Esas no son simples cortadas, son en realidad fauces demoníacas.
No sé si era por el dolor o por efecto de la misma mutación que Octavio deliraba con ideas ilógicas, había perdido toda noción de realidad. A decir verdad, nosotros tampoco nos sentíamos muy cuerdos. Nos daba miedo, incluso, conciliar el sueño.
Una noche, Octavio salió del cuarto de reclusión. Escuchamos su desgarrador grito, no quisimos salir de nuestras habitaciones y de un momento a otro dejamos de escucharlo. Al día siguiente vimos un nuevo camino de sangre en el piso junto a la de Efrén.
Habían pasado cuatro meses desde que llegamos aquí. Rebeca era fuerte, pensaba que podía haber alguna “cura”, pero sus esfuerzos siempre fueron en vano. Clara y yo perdimos motivación para cuidarla. Llegaron los delirios, la cuarta etapa; Rebeca hablaba como si siguiéramos haciendo nuestro trabajo normal, incluso aplicaba cuestionarios caricaturizados, esto, porque eran simples rayones y con palabras sin sentido, mientras que los pacientes solo se burlaban de ella. Esta vez la mala suerte nos puso en la hora y el lugar menos indicado. Ocurrió de nuevo por la noche, Clara y yo no fuimos a dormir, nos quedamos divagando en la sala principal, perdidos en nuestra miseria mental, cuando escuchamos algo en el jardín, eran pasos de algo grande que se acercaba. Clara comenzó a hiperventilar, decía que podía ver una espantosa silueta que se balanceaba entre la negrura de la noche. Y de pronto, un gigantesco y viscoso brazo rojo entro por la puerta acompañado por un petrificante sonido vomitivo. Moviéndose como gusano llegó hasta la habitación de Rebeca y la sacó arrastrándola mientras ella gritaba horrorizada. Clara no soportó aquella macabra escena y lanzó un grito de horror. Rápidamente quise taparle la boca, pero fue inútil. El gato yacía parado frente a ella, mirándola, condenándola.
Marco salió por última vez de su trinchera, llevaba una carpeta bajo su brazo. Se sentó en uno de los sillones mirando la sombra de la criatura desvanecerse entre el jardín, y comenzó a hablar con su tono normal, lo que provocó que el gato se acercara a él. Marco, como siempre, se mostraba sereno, incluso se atrevió a acariciar al felino y nos contó lo siguiente…
Seguro quieren saber lo que ocurre en este lugar, bien, les contaré lo que sé. Todo esto ha estado pasando generación tras generación, y yo soy precisamente de la anterior a la suya. Me recibió una sola doctora, al igual que yo los recibí a ustedes. Me dio las mismas indicaciones que yo les di, salvo por una regla que agregué, la de no despertar al gato. En fin. Ella tenía en su posesión las primeras bitácoras, las cuales ocultó hasta el mismo punto en que estamos ahora. Como saben esta clínica es bien conocida por el tipo de pacientes que alberga. Los equipos de trabajo se cambian constantemente debido a que la continua exposición a los trastornos de los pacientes provoca la locura en “mentes sanas”. Ni siquiera el psiquiatra más experimentado escaparía de este ominoso destino. Ya que el comportamiento de los pacientes es imprevisible, se utilizaban medidas de control extremadamente represivas, lo que me hace suponer que es por eso que estamos condenados.
Había caras nuevas en todo momento, no había tiempo para que se consolidara una buena conexión con los pacientes. Los trabajadores también eran reemplazados, aunque con más frecuencia por las mismas razones. El jardinero era uno de ellos. Se dice que un día llegó un hombre alto, excelso, vestía un traje negro estilo victoriano, un sombrero grande cordobés y unos lentes negros circulares. Usaba también un bastón como parte de su indumentaria, alguien muy observador notó que la empuñadura tenía la forma de una máscara de la peste negra. Y lo más importante, venía acompañado de un gato, así es, el mismo que tenemos aquí. Aquel hombre se presentó como el nuevo jardinero. No existe registro alguno de su nombre ya que no consideraban importante conservar los datos de los trabajadores temporales. Sin embargo, “El Catrín”, como lo apodaron, era evidentemente llamativo y no solo por los demás trabajadores y doctores. Los pacientes mostraban un interés particular hacia este hombre; lo examinaban con la vista de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, pero, esa vista también se salía de las proporciones de la figura del Catrín, como si vieran algo alrededor de él, algo que solo ellos podían notar.
Hablaba poco, se dice que desde que llegó solo andaba con una inquietante sonrisa, lo único que hizo fue dirigirse al jardín y comenzar a trabajar. ¿Qué fue lo que hizo? Justo lo que se imaginan, fue él quien plantó esos girasoles, solo tardó unas horas y se fue para nunca más volverlo a ver. No sin antes dirigirse a un grupo de pacientes que descansaban en el patio. De ahí, nadie sabe qué fue lo que les dijo, los doctores vieron que tomó el gato y se lo entregó a uno de ellos. Se supone, no está permitido que haya animales aquí, pero el gato es muy escurridizo así que se quedó por mera resignación. Lo último que se dice de él es que antes de salir le indicó a un doctor que por ningún motivo maltratara sus plantas. Esa, señores, fue la primera regla.
Los girasoles crecieron en solo una noche y fue a partir de ahí que comenzaron los sucesos paranormales. Los primeros psiquiatras lo sabían, las criaturas que salen de los girasoles protegen a los pacientes ¡toda una pesadilla! ellos mismos les han llamado “moradores”. Para nosotros, los girasoles parecen cumplir una función de castigo o algo así. Mientras que el gato, me atrevo a decir que es una especie de canalizador místico ¡ja, ja! palabras incoherentes para un hombre de ciencia ¿no creen? Al final, siempre tiene que quedar uno de nosotros, es como una especie de ley psicológica. Tal vez sea la ley del más fuerte o tal vez es que simplemente somos demasiado necios. Sea como sea, aquí se pierde todo el control que creías haber tenido sobre lo que fuera, te darás cuenta que en realidad no somos tan diferentes a ellos como siempre hemos creído.
De Aquí no se puede salir y ya nadie entra hasta que sea el momento. No sé qué es lo que pase allá afuera, ¿por qué siguen mandando gente? ¿A caso no se dan cuenta que ya no regresa nadie? ¿Será que alguien está encubriendo lo que pasa aquí? ¿será aquel al que llaman “El Catrín”? La verdad es que las respuestas a estas preguntas carecen de importancia, nadie que entre a este lugar tiene esperanza de salir. Te darás cuenta que no tiene caso pensar en las respuestas. Seguro te preguntarás ¿por qué no salí yo de aquí cuando ustedes llegaron? Bueno, ser el último tiene sus consecuencias psíquicas, lo entenderás a su debido tiempo.
Marco se levantó y caminó tranquilamente hacia el jardín de girasoles acompañado del gato con la carpeta de evidencias bajo el brazo. Esa es la última imagen que tengo de él.
Clara fue atacada por los pacientes mientras dormía, a mí solo me quedó ver.
Por alguna razón no puedo condenarme a mí mismo como
lo hizo Marco, algo en mí me detiene, me hace pensar que puedo tener alguna
esperanza mientras siga vivo. Marco decía que podría ser la ley del más fuerte
o simple necedad. Y tal vez sea lo segundo. Aceptamos venir aquí por mera vanidad
pensando que podíamos mejorar el mundo. El siguiente equipo vendrá en un mes,
pienso escaparme cuando abran la puerta, haré lo que Marco no hizo, incluso
evitaré que entren más psiquiatras a esta maldita clínica… pero, por si las
dudas, usaré el tiempo que me queda para escribir las reglas y tal vez así
pueda salvar algunas vidas si estando afuera no soy capaz evitar que entre más
gente. También dejaré este escrito como única evidencia y advertencia sobre
este lugar ya que Marco se llevó todo lo que habíamos registrado… ¡Eso es! Lo
más importante tienen que ser las reglas, incluso tendré que pensar en una
nueva, ya saben, para estar seguros.
FIN
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