El reloj de los deseos
Cuenta la leyenda que… ¡ja, ja, ja! No, señor, esto no es ninguna leyenda, es la historia de esta desolada ciudad.
Un día llegó a esta relojería una niña pequeña. Simpáticamente me contó que había visto un reloj en el aparador que le gustó mucho y que ahorró cada centavo para comprarlo. Le dije que ese reloj es muy especial, que hace magia si acomoda las manecillas a las 2:33 y espera a esa hora de la noche para echarlo a andar, entonces podía pedir un deseo.
La niña llegó a su casa, puso las manecillas a la hora y esperó. El reloj no se movió hasta que dio la hora, y pasado un minuto el reloj se abrió en cuatro vértices. Junto con una luz azul apareció un pequeño portal y emergió una criatura que más bien parecía un objeto; un aro negro del tamaño de una bola de boliche que flotó delante de ella. La niña, maravillada por aquella magia pensó que era un juguete, hasta que escuchó un eco en su cabeza, una voz suave que le dijo “pídeme lo que quieras”. Desconcertada, se le ocurrió el deseo más inocente que pudiera pedir un niño. “Quiero mil ocho mil dulces”. Concedido, contestó la voz en su cabeza. El anillo flotante regresó al portal y el reloj se cerró para comenzar a trabajar como un reloj normal.
Al día siguiente que la niña despertó por la mañana, su habitación se encontraba inundada de dulces, dulces de todo tipo, eran tantos que llegaron al borde de su cama. Nueve mil dulces, mil ocho mil. Le brillaron los ojos como nunca y una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su tierno rostro. Ese día, en la escuela le contó a su mejor amigo lo que le ocurrió, el niño no podía creer su historia así que le pidió el reloj para pedir un deseo. “Está bien, pero me lo regresas, quiero pedir más cosas”. Su amigo se llevó el reloj, puso las manecillas a las 2:33 y esperó… llegada la hora comenzó a andar, pasado un minuto se abrió en cuatro vértices y salió el anillo, solo que esta vez había un ojo flotando dentro de él, aquella criatura lo asustó, hasta que escuchó la voz en su cabeza “pídeme lo que quieras”. El niño había querido un juguete que vio alguna vez en una tienda de juguetes, pero que sus padres no le quisieron comprar. Fue lo que pidió. “Concedido” le dijo la voz. Al día siguiente apareció en su habitación el carro de control remoto que pidió. Estaba feliz jugando por toda la casa con su nuevo juguete, hasta que sus padres se dieron cuenta ¡¿Dé dónde sacaste eso?! Lo regañaron pensando que lo había robado. Ni siquiera le dieron oportunidad de explicarles. Furiosos, se llevaron el juguete a la tienda de donde creyeron que lo había hurtado, los padres no quisieron hablar mucho con el tendero por la vergüenza, así que solo lo dejaron, pidieron disculpas y se fueron.
Solo al llegar a su casa pidieron a su hijo una explicación de cómo es que había robado aquel juguete, con lagrimas en el rostro les contó lo del reloj. Naturalmente no le creyeron. Su hijo insistió y por la noche les llevó el reloj, les dijo que pusieran la hora a las 2:33 y esperaran. Ya más tranquilos, decidieron darle una oportunidad y hacerle ver que eso no era posible. Fue el padre quien puso la hora y llegado el momento, el reloj se abrió y apareció el extraño anillo, aunque esta vez tenía dos ojos pegados entre sí, flotando dentro del aro. La voz se escuchó en la cabeza del padre “pídeme lo que quieras”, absorto de lo que ocurría no supo que responder y casi por instinto pidió veinte mil pesos, que era la cantidad que necesitaba para pagar sus deudas, “concedido” le respondió la voz y el objeto desapareció.
Al día siguiente, los padres encontraron veinte mil pesos en la sala de su casa en billetes de diferentes denominaciones. No podían creer lo que veían, estaban salvados de sus deudas, no necesitaban más, era lo justo. De pronto su felicidad fue opacada por un reclamo de su esposa –hubieras pedido más, –fue lo primero que se me ocurrió, respondió el esposo –no importa, esta vez yo me encargo del deseo. Llegada la noche, puso las manecillas a las 2:33 y esperaron. El reloj avanzó y al minuto apareció la extraña criatura, con un detalle más, un pequeño símbolo en el anillo. Esta vez la señora escuchó la voz “pídeme lo que quieras” –quiero un millón de pesos. “Concedido”. Al día siguiente había un millón de pesos en la mesa de su sala. –¡Somos ricos! Sentimos haber dudado de ti, toma hijo, pide de nuevo tu juguete. El niño puso la hora y esperó, pero no pasó nada. El reloj trabajó como un reloj normal. No te preocupes, hijo, ahora que somos millonarios te compraré todos los juguetes que quieras, le dijo su madre.
¡Je, je, je! Aquellas emociones son peligrosas cuando se desbordan sin medida. Mientras pensaban en todo lo que podían comprar con tanto dinero, un pensamiento repentino atacó a la mujer. “Pudimos pedir más” le dijo a su esposo. Solo podían pedir un deseo por persona, pero la señora era inteligente y se le ocurrió la mejor idea para tener todo el dinero que quisiera.
Llevó el reloj con su hermana, tardó un poco en convencerla, pero al final accedió. El trato fue pedir cuatro millones de pesos, dos para ella y dos para su hermana.
2:33, el reloj se abre, del portal sale la criatura, un anillo con un símbolo extraño, dos ojos en medio y esta vez un pequeño octaedro girando sobre la circunferencia del aro. A pesar de haber notado este añadido, lo ignoraron, solo pensaban en el dinero. “Concedido”. Al día siguiente el dinero estaba en su sala. No podía creerlo, llamó a su hermana para darle su parte. Las dos estaban eufóricas con tanto dinero, hasta que la hermana le pidió quedarse con el reloj una noche más, para que lo usase su marido. La expresión de la señora pasó a una seriedad que denotaba una preocupante avaricia. “Está bien”, le dijo después de unos minutos de silencio –Pide otros cuatro millones de pesos, solo recuerda darme la mitad a mí, yo te di el reloj. –No te preocupes, tendrás tu parte.
Esa noche, el marido de la hermana pidió su deseo ¿cuatro millones de pesos? No, pidió ocho millones de pesos. –Dale dos a tu hermana y dile que pedimos los cuatro, yo me llevaré el reloj con un amigo para hacer negocios. La señora tenía más dinero del que hubiera podido imaginar en su vida y aún así cuando su hermana no le devolvió el reloj la hizo enfurecer como nunca antes. Discutieron al punto de agarrarse a golpes. Por más que le exigió que le regresara el reloj, ya no había algo que regresar, el marido comenzó a hacer sus negocios día a día. Claramente eso preocupó a la señora ya que si toda la ciudad se enriquecía su familia volvería a ser pobre, incluso la más pobre. ¡Ah! Pero lo verdaderamente alarmante fue que cada día desaparecía algo del dinero que ya tenían, ¡claro! El reloj no inventaba el dinero, solo lo llevaba de un lado a otro. Así que con su esposo se dieron a la tarea de buscar el reloj.
No era tan difícil seguir el rastro de los deseos, siempre había alguien presumiendo lujos innecesarios por la calle, y por las noches en algún punto de la ciudad aparecía un fulgor azul que delataba el reloj. Aun así, cuando llegaban a alguien, el reloj ya había pasado a otras manos. Parecía una tarea casi imposible, todos querían dinero por montones. Hasta que de un momento a otro dejaron de hacerse notar estas personas con bienes costosos. Lo que los hizo buscar con más ímpetu. Y fue solo por un golpe de suerte que llegaron con una mujer que no había pedido dinero. Al contrario de esas personas que estaban felices por tener tanta plata, esta mujer estaba desahuciada, sus ojos daban señales de haber estado llorando por mucho tiempo, su boca dibujaba una mueca de una tristeza profunda.
¡Ah! El ser humano es infinitamente inteligente, sin embargo, el desarrollo de su pensamiento siempre va a la par de su avaricia. Aquella mujer les contó que fue su primo quien le rentó el reloj, le dijo que podía pedir cualquier cosa, excepto dinero. La mujer tenía un dolor enorme en el alma, y con la inocencia de una mujer desconsolada vio a la extraña criatura, que ahora era mucho más grande, con varios anillos girando uno dentro de otro, un cúmulo de ojos en medio, innumerables octaedros, símbolos profanos y dos conjuntos de alas que chorreaban sangre coagulada y le pidió que le trajera de vuelta, con vida, a su hijo que se había suicidado años atrás rompiéndose el cuello al colgarse de un puente. Al día siguiente su hijo apareció en su patio cubierto de tierra y con la piel putrefacta, vivo como lo pidió, pero en la misma condición que falleció, con el cuello partido en dos, además apenas se movía, solo parpadeaba, babeaba y emitía un quejido tan horroroso que le provocó pesadillas insoportables desde entonces. Quiso matarlo, pero ella lo pidió vivo. La pareja, horrorizada ante tal historia siguieron buscando el reloj. No es difícil intuir que ese tipo de deseos resultarían más peligrosos. Y así fue, día a día se fueron dando a conocer noticias tan bizarras que aterrorizaron a toda la ciudad; negocios en quiebra, accidentes extraños, desapariciones, ataques de animales y un sinfín de muertes. Todas parecían venganzas. Cada que el fulgor azul se veía durante la noche, las personas se atemorizaban, temían de sus propios pecados.
Al final el reloj cayó en manos de un chico que tenía un gran resentimiento hacia los habitantes de la ciudad por tantos años de abuso. Y esa noche apareció en el cielo la imagen completa del ángel. Tal vez, si las personas hubieran dejado de lado su egocentrismo y se hubieran unido, tal vez, solo tal vez habrían podido evitar la mayor desgracia que le ocurrió a esta pobre ciudad, sin embargo, optaron por refugiarse y esperar otra calamidad. Solo la solitaria noche fue testigo de los gritos de horror que hicieron eco en las paredes de la ciudad. Al día siguiente, la mañana estaba teñida de sangre y sesos por todos lados. Muy poca gente quedó viva, incluyendo la niña que compró el reloj. Fue ella quien lo trajo de vuelta, me contó que aquel chico era su medio hermano quien fue desterrado de la familia por su padre, y que en ningún lado era bien recibido. Él le dio el reloj a su hermana antes de suicidarse.
–Los deseos humanos, señor, son devoradores, mientras más puedan abarcar, mejor. Y mientras menos espacio hay para ellos, bueno, hay que pelear por él, aunque eso signifique deshacerse de otros deseos ¿Está seguro que aun quiere este reloj a pesar de saber todo lo que ha provocado? Porque, como le repito, esto que le acabo de contar no es más que la historia de esta tétrica ciudad.
–Interesante historia, aun así, necesito ese reloj, puede vendérmelo o puedo quitárselo.
–No le recomiendo que intente quitármelo, no le iría muy bien que digamos.
–Puedo tenerlo si quisiera, pero sé que usted desea vendérmelo. Quiere saber que haría con él ¿no es verdad? Por esa razón se lo vendió a esa niña y le explicó como funcionaba. Así que los dos estaremos de acuerdo en que es mejor hacer el trato.
–… Tiene usted razón, aquí tiene. Ya sabe que hay que hacer. No le diré que tenga cuidado porque en realidad no quiero que lo tenga.
–Le agradezco, Zariel.
–¡Cómo sabe ese nombre!
–Usted me subestima. ¡Oh! Y una cosa más, en cuanto a los deseos humanos, los conozco muy bien, fui yo quien los puso ahí. Arrivederci.
–¡No!... ¡no es posible!, ¡Usted!... ¡Usted es el carnívoro, el primer morador!
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