Cementerio de Trenes

No hace mucho que descubrí este extraño fenómeno ¿será algo paranormal? ¿O será solamente algo malo en mi cabeza? No lo sé, y francamente no quisiera saberlo. Vagar en estas calles no es tal malo, al menos ya no le rindo cuentas a nadie.

Como cada viernes, transitaba por el metro de la Ciudad de México, de Copilco a Centro Médico, de Centro Medico a Pantitlán y de Pantitlán por la línea A hacia la Paz, un viaje pesado para cualquiera que no esté acostumbrado a la marcha de los laberínticos túneles subterráneos, pero no para mí. Bajar al submundo de la ciudad es como coquetear con su alma enterrada por las memorias que se acumulan con el tiempo, un manjar de etéreas compañías, algo que me trae una paz que solo yo comprendo.

El primer evento ocurrió un 24 de febrero en la línea A; estaba cansado, decidí dormir un poco, cerré los ojos y al abrirlos tuve la sensación de solo haberlos mantenido cerrados por un segundo, al mirar por la ventana me di cuenta que fue solo eso, una mera sensación, había pasado la primera estación. Extrañamente no había nadie en los vagones, el lugar era el mismo, el tren corría por las vías entre las avenidas, afuera tampoco había gente, únicamente yo en la gran ciudad mientras se iluminaba por el majestuoso carmesí del atardecer. Llegué a Agrícola Oriental, las puertas se abrieron normalmente, nadie, solo una pequeña caja de zapatos en medio del andén, se cerraron las puertas y el tren avanzó, llegué a la siguiente estación. Canal de San Juan, de nuevo nadie en los andenes. Pasé Tepalcates y luego Guelatao, esta vez vi un objeto rectangular con forma de libro en la banca del andén, estaba envuelto en papel maché como si fuera un regalo. Cada estación que pasaba el atardecer rojizo se hacía más pronunciado y oscuro, de pronto el tren parecía estar viejo y oxidado como si el tiempo estuviera devorando la ciudad a grandes bocanadas… Llegando a Los Reyes me percaté que la estación era totalmente diferente, no era la que usualmente conocía, se había convertido en un cementerio de trenes.

Fui recibido por un túnel hecho de vagones oxidados, cascarones inservibles que me provocaban nostalgia… El tren llegó a su destino. Un letrero apenas visible me indicó que había llegado a Los Reyes, aunque el lugar no coincidía en absoluto con mis memorias. La máquina se detuvo y se abrieron las puertas. Salí para intentar averiguar qué ocurría. Revisé la cabina del operador, estaba vacía como si el tren hubiese estado trabajando por sí solo. Sentí miedo. Por fuera, el tren se veía en el mismo estado que los demás cadáveres que adornaban la estación. No sabía a dónde ir, comencé a vagar por los pasillos, escaleras, de arriba a abajo, de abajo a arriba, sin embargo, poco a poco di cuenta que era más que una estación del metro, también tenía la apariencia de una fábrica abandonada, una fábrica de trenes quizá. No era muy grande, había vigas, tubos y uno que otro elevador inservible… Bajé por unas escaleras hasta llegar a un andén irreconocible, estaba al aire libre como todo el lugar, y al virar por una de las tantas paredes oxidadas, vi a lo lejos a una persona, parecía estar hablando con alguien, una columna de hierro me impedía ver a la otra persona. Me acerqué para poder ver mejor… Mi corazón se estremeció al verla; sus ojos, sus cabellos, su sonrisa, siempre serán ascetismos inolvidables. No quería que ella me viera, me escondí detrás de una columna, luego trepé por un montón de escombros para llegar al primer piso donde pude verla más detenidamente ¿por qué? Me preguntaba constantemente ¿por qué lo hice? Si había algo seguro era que no quería estar cerca de ella, pero, al mismo tiempo la necesitaba.

Pasaron alrededor de diez minutos cuando llegó un tren de solo dos vagones parecido al tren ligero, aunque igual de deplorable que todo el lugar. Ella lo abordó con su acompañante que nunca pude ver y se fue. De nuevo me encontraba solo. Quise seguir explorando el lugar, pero mi estado emocional me pedía a gritos regresar al mundo real, a ese mundo normal que ya conocía. No había salida por ningún lado, mi único camino fue regresar al tren por el cual llegué. Me sentía fatigado, física y emocionalmente, así que con la idea de descansar entré de nuevo al vagón para sentarme, y justo en ese momento las puertas se cerraron y el tren comenzó a avanzar de regreso a Pantitlán. Cada vez me sentía más cansado hasta quedarme dormido de nuevo.

Desperté como si todo hubiera sido un sueño, el vagón estaba bien y la gente alrededor con sus aburridas caras parecían normales, llegamos a la última estación, La Paz.

Continué mi día como es habitual, mas no podía dejar de pensar en ella, esperaba que todo eso hubiese sido un mal sueño, pero al parecer era más que eso. Al día siguiente ocurrió lo mismo; me dormí, abrí los ojos, el vagón vacío, el atardecer carmesí, el cementerio de trenes, la fábrica, ella. Todo esto se repetía día tras día, y al igual que como se observa una pintura repetidas veces, fui encontrando detalles que a primera vista pasaban desapercibidos; cuando se abrieron las puertas en Canal de San Juan noté que había una pequeña caja debajo de una banca, otro día, en Tepalcates vi una caja plana y cuadrada sobre el reloj del andén, y así me percaté que en cada estación se encontraba un objeto diferente envuelto para regalo.

Cierto día, la curiosidad me llevó a aventurarme y salir del vagón para abrir la caja de la primera estación, no pude contener el llanto al ver que era el primer regalo que recibí de ella; un pequeño muñeco de peluche. Seguí llorando acurrucado a un costado de la banca como si nada más me importara. No sé cuanto tiempo pasó, me encontraba hundido en un dolor memorial. Me di cuenta que todo ese escenario estaba armado para mí, ya que el tren no avanzó hasta que pude tranquilizarme y regresar al vagón. El objeto de la siguiente estación también fue uno de sus regalos, un disco de música. Y así, en cada estación, recuerdo tras recuerdo, encontré esos regalos hasta llegar de nuevo a Los Reyes. Recorrí el lugar como siempre, llegué al extraño andén donde ella platicaba alegremente con otra persona. Esta vez sentía más nervios, algo me empujaba a hablar con ella. El tiempo, el maldito tiempo conflictuaba con mi indecisión, escuché el rechinar del tren que se acercaba… Al final no pude, la dejé ir por última vez y hasta no verla alejarse decidí en vano ir tras ella. Quise esperar la llegada de otro tren. Arrepentido, creí que el atardecer de esta ominosa dimensión no tenía fin. Esperé horas inútilmente. Si ese escenario estaba hecho para mí, mi acto habría acabado. El ambiente se hacía negro, pero no como el anochecer común, sino como algo verdaderamente siniestro, era una oscuridad que devoraba sin piedad. Todo el lugar se carcomió horriblemente en cuestión de minutos, regresé corriendo al andén, pero este había desaparecido, se había desmoronado por completo junto con todos los regalos.

Sentí el mayor terror de mi vida, quise pensar que estaba en una pesadilla… ahora sé que no lo es, pude salir de la fábrica o lo que sea que fuera eso, ahora estoy vagando en esta ciudad sombría donde no hay día ni noche, es un lugar vacío en su totalidad. Lo único que encontré fue un bolígrafo y este pedazo de papel donde dejo esta inútil memoria, al menos así, tengo la vana ilusión de que ella pueda leerla alguna vez.



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